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Final de ceremonia


De la oscura noche al alba. Atravesar la tormenta sin importar su nombre. Siempre estamos más cerca de nosotros justo antes de la madrugada. Cuando la luz emerge y en medio de la chuma nos rendimos, nuestra entrega abre camino a una confianza más grande.


Una confianza que va más allá de nuestras fuerzas pues no requiere esfuerzo. Requiere decir no puedo sola, no puedo solo e invocar desde las tripas lo animal y lo divino. Llorar y reír al mismo tiempo. Perderse en la propia pesadilla aún sabiendo que basta un giro leve de cabeza, una nueva dirección de la mirada, un canto de dulzaina y aparece el milagro como el gran sol tras la montaña. Los monstruos de la noche se tornan en los ángeles que conocíamos desde niños.

Recé por ti esas noches, recé por mi. Pues supe que nunca habíamos estado tan cerca de nosotros mismos como en aquel amanecer en la maloka. Iluminados. Siendo. Sonrisa en la boca, brillo en la mirada, corazón sin muros. Las piedras abuelas en el fuego ardiente, conjunción milenaria que sostiene el temazcal. Éramos más que nuestra historia llena de sueños rotos. Éramos el esfuerzo de un gran viaje solitario hasta aquí. Éramos nuestros rezos a algo más alto, la humildad de reconocernos perdidos, la valentía de no tener nada que perder y de tenerse a una misma, a uno mismo, completamente. Éramos la búsqueda de una visión.

Tambores, sonajas, guitarras y fuegos encendidos en la noche. ¿Cuántos años las canciones en las voces para llegar hasta nosotros? ¿Cuántas noches en vela de hombres y mujeres medicina tejiendo la profecía que hoy somos? ¿Y por qué olvido yo, constantemente, que cada uno de esos rezos por ti por mi por ellas y ellos, sostienen el ritmo de mi propio corazón?

Escribo en esta madrugada. Extraño el vapor sagrado quemándome las orejas. La fortaleza mental que implica atravesar la noche y entrar de rodillas al siguiente día, a un temazcal oscuro lleno de extraños. Por todas mis relaciones, incluidas las que ya no existen. Por todas mis relaciones, incluidas las que aún no llegan. Por todas mis relaciones, incluida la que tengo conmigo misma y que es la más dura, la cotidiana, la gran maestra.

Y el gran reto ahora, lejos de las medicinas de la tierra, de la montaña, las ceremonias y los cantos, es reconocer que todos los días somos así: iluminados, en el presente. Sin nada que perder cuando somos nosotros mismos. El gran regalo, justo ahora, es reconocer que también es transformadora esta madrugada y que mi medicina es escribir. La luz de la aurora da color y forma a los altos árboles a través de mi ventana, y al igual que aquella mañana junto a ti, los pájaros cantan. De mi brotan las palabras, brota la vida, cuento conmigo. Me habitan los rezos de los caminos que he recorrido. Fuego en mi corazón encendido.

A la montaña he de volver.

A la montaña. Una canción medicina de Tomás Adriano Pérez.

Imagen y texto por Crista

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