Yo como tú me rendí, muchas veces. Perdí la esperanza en lo que vendría. Me desperté en medio de la tristeza diciendo: esto es mi vida. Entré en la inercia de repetirme en lo cómodo. Mismos gestos, mismas excusas, mismos sueños a la espera de mi coraje, mismo paisaje. Yo como tú creí entregar amor a manos llenas, pero en realidad entregaba mi miedo a estar sola y mis heridas. Yo como tú y como ellas, mamá, abuelas, tías, amigas, hermanas de camino me repetí en la historia de la víctima y entregué el poder, incluso desde mi sano corazón.
¿Qué es despertar, entonces? Todavía me lo pregunto. Numerosas veces sintiéndome iluminada y decidida he afirmado: “perdoné, soy libre”. Y la vida me ha llevado de vuelta a lugares (comunes) que creía superados. A eso me refiero con repetir paisaje, con revisitar el clan de las heridas en lugar de volcar mi energía en darme un amor diario, constante y de compasión respetuosa ante mis propios errores. Un amor que admite comenzar de cero, volver a intentarlo, dignificar mi propia inocencia y permitirme el asombro de quien no sabe nada y lo conoce todo… desde su monstruo-corazón.
No hay nada nuevo bajo el sol y sin embargo, no hay galaxia que se repita. No hay amor como el primero, dicen, y sin embargo, enamorarse siempre emociona y descoloca como la primera vez. Todos los seres somos únicos y sin embargo, estamos hechos de lo mismo. Desde el espacio sin tiempo cuerpos celestes giran en espiral constante y dialogan con cada uno de nuestros chakras. En sus giros ordinarios se develan los milagros. En esos ires y venires me descubro yendo hacia el pasado y con el valor de quien ya estuvo en el infierno, de allí me saco. Me reclamo. Me llamo con mi nombre y en nombre de mi propio corazón me respondo: presente. Aquí estoy. Presente para mi misma para lo que hoy hay para lo que hoy soy. Nada nuevo bajo el sol y sin embargo, yo también soy el milagro.
“Yo como tú” hemos dicho tantas veces para afirmar la pertenencia a un clan hecho de heridas. Yo como tú, repitiendo historias, hurtándonos el destino propio y el despertar de los talentos. Hemos querido hacer florecer un jardín de piedras, convencidas de que el cielo está siempre en otra parte y la completud es una promesa que se cumple tras el estricto requisito de ser santa. Pero amiga, a los santos solo la muerte los alcanza, ¿para cuándo entonces el goce?
El cielo es ahora y lo sabes. Es ahora el tiempo de la venganza, no hacia alguien o algo y menos aún hacia una historia que también nos hizo. Nuestra venganza es hacer nuestro cada segundo que nos queda por vivir, pues solo así se venga el tiempo que se ha ido y no retorna. Nuestra venganza es reconocer el altar del cuerpo en todas sus direcciones y hacerlo templo y campo de juego al mismo tiempo.
Así, diremos con una sonrisa: yo como tú. Y así lo dirán quienes vengan a la vida. Yo como tú desperté, yo como tú gocé. Yo como tú hice de la culpa leña de mi fuego interno e iluminé las noches en que me sentí perdida. En el bosque de mi propio corazón recordé que las estrellas no se apagan y al igual que mis chakras, siguen rotando en espiral infinita porque infinito es el Amor. Yo como tú, regresaré a mi y ya no tendré miedo de perderme. Así es el baile. A veces bailaremos solas y otras tantas la compañía vendrá para recordarnos que ninguna canción se repite, aunque su historia parezca ser la misma.
Yo como tú, con todos mis cuerpos, estoy en la vida.
Explorando las Constelaciones Familiares. Con amor y sin piedad, Crista.