1,9K
Días previos a la hemorragia nos volvemos locas. O al menos eso dicen. Manifestamos poderes incomprensibles: vemos fantasmas que nadie más ve, escuchamos a otros decir lo que no han dicho y armamos, sin razón justificable, tormentas en vasos de agua. Tiempo después, volvemos a lo que llaman “normalidad”. A veces lamentamos la furia de nuestro propio fuego, arrasador de relaciones y ofrecemos una sincera disculpa por los desmanes cometidos.
La sembré y los cólicos se fueron… sí, mágicamente. La sembré y me fui, por fin, de una relación de mentiritas. La sembré y escribí cuadernos rojos, con fechas, impresiones, sueños reveladores, dudas persistentes. Empecé a hacerme seguimiento, a observarme, a conocerme. Sembré la sangre y honré mi herida, honré mi vida y quise darle sentido y voz a las historias que me trajeron aquí. Sembré la sangre y la llamé luna. En la familia me llamaron loca.
Yo sangro, tú sangras, ella sangra, nosotras sangramos, ustedes sangran, ellas sangran. Sangramos cada mes y no morimos. Por décadas sangramos. Por una herida abierta. Por naturaleza. Por mandato.
Días previos a la hemorragia nos volvemos locas. O al menos eso dicen. Manifestamos poderes incomprensibles: vemos fantasmas que nadie más ve, escuchamos a otros decir lo que no han dicho y armamos, sin razón justificable, tormentas en vasos de agua. Tiempo después, volvemos a lo que llaman “normalidad”. A veces lamentamos la furia de nuestro propio fuego, arrasador de relaciones y ofrecemos una sincera disculpa por los desmanes cometidos.
Pero más allá de su furia, la mujer sabe. Y en los días previos a la sangre no puede esconderse de sus certezas. Una palabra basta, una mirada, un mensaje, y se activan las ganas de cortar los lazos que pesan, las ganas de sacar con fuerza y por la boca aquello que consume: lo no dicho. Y entonces en lugar de lamentar, nos agradecemos por cortar de forma definitiva dinámicas sutiles y abusivas, intercambios que en lugar de ser fructíferos son terrenos secos donde no hay lugar para la vida creativa.
El cuerpo del dolor se hace presente. Y no es solo un cuerpo, es también el cuerpo del dolor de otras mujeres. Te habitan, me habitan, nos habitan. Algunas lo llaman linaje femenino. Algunas afirman que nacemos mujeres para conectar con una historia remota de silencios generacionales, que piden ser sanados. Abuelas muy antiguas de nombres desconocidos, se hacen presentes. Uno pregunta a la mujer que esté a la mano, por la madre de la madre de la madre o por la abuela de la abuela de la abuela. El hilo se desmadeja. No hubo abuelo materno, tampoco hubo padre. La bisabuela estuvo sola con sus hijos. Y al menos una de sus hijas o sus nietas fue violada.
Pero no hablo aquí de generaciones tan lejanas. Hablo de locas cercanas. De locas que están vivas. De locas que sobrevivieron. Hablo de la esquina que recién pasamos. Hablo de ayer, de hace unos días, de hace un momento. Somos animales que sangran y no mueren. Somos testimonio de otras brujas que murieron acallando su propio poder. ¿Para qué esta sangre? Me pregunté un día. Y entonces hice caso, por fin, al consejo insistente de una amiga: recogí mi sangre y la sembré.
La sembré y los cólicos se fueron… sí, mágicamente. La sembré y me fui, por fin, de una relación de mentiritas. La sembré y escribí cuadernos rojos, con fechas, impresiones, sueños reveladores, dudas persistentes. Empecé a hacerme seguimiento, a observarme, a conocerme. Sembré la sangre y honré mi herida, honré mi vida y quise darle sentido y voz a las historias que me trajeron aquí. Sembré la sangre y la llamé luna. En la familia me llamaron loca.
Y esto de sembrar la luna implica, entre otras cosas, posiciones extrañas en el baño. Implica concentración, coordinación y postura. A veces implica un reguero escandaloso y tapetes manchados. Implica tocar la sangre, sentirla, olerla y perder el asco. Implica quitarle el respeto inmerecido a una cultura de tampones y toallas desechables, que durarán bajo la tierra o contaminando ríos, más de lo que durará mi tumba en el cementerio.
No, no es tarea fácil, menos aún si estás de viaje. Pero qué placer es entregarla a la tierra y ser consciente de un ciclo que termina. Ofrendarla como una vieja piel. Vaciarse. Soltar lo que ya no quieres que te acompañe: emociones, relaciones, pensamientos, hábitos, juicios, culpas. De luna a luna empiezas a notar los cambios. Lo que ya no es para ti sale de tu vida y deja espacio para lo que tu alma necesita. La energía vital se redirige, se enfoca, se hace creativa.
Yo siembro. Ella siembra. ¿Tú siembras? Ojalá que sí. Y espero que con tu siembra sanes tus propias heridas. Que tu voz sea también la voz de las mujeres que callaron. De las abuelas que no pudieron negarse a tener más hijos, uno tras otro. De las amigas que desearon tener uno con tanto amor e ilusión, que lloraron mares cuando perdieron el que crecía en sus vientres. De las que abortaron conscientemente, no sin dolor, ni sin tristeza, pero sabiendo que más dolor y mas tristeza generaría el ser madres en un momento particular de sus vidas y entonces, decidieron: salvaron sus vidas, se escogieron a sí mismas. Que juzguen los otros, si aún les quedan hogueras. Después de todo, alguna noche del 2015, noche lunática e hipersensible, me desperté con una frase que llenó de claridad la oscura madrugada: “hasta los seres no nacidos han cumplido”.
Levanto mi copa y por eso brindo.
Video realizado en el marco del evento Siembro mi luna por la paz del Cauca. Agosto 15 del 2015. Parque Nacional, Bogotá.