917
La práctica lo hace posible.
La gran paradoja en torno a la idea de rendirse –así como con otras cualidades de la consciencia despierta como el Amor, la compasión y el desapego– es que a pesar de que las practiquemos, las invoquemos o abramos nuestros corazones a ellas, no podemos hacer que sucedan. En otras palabras, así como amar es diferente a estar enamorado, la práctica de rendirse es diferente al estado de darse por vencido.
Entendida como una práctica, rendirse es una forma poderosa de relajar tus músculos psíquicos y físicos. Es también un gran antídoto contra la ansiedad y la frustración que aparecen cada vez que quieres controlar lo incontrolable. Hay muchas maneras de practicarla. Puedes relajar tu vientre y abrirte mental y conscientemente a la gracia, puedes entregar una situación al universo o a Dios, o deliberadamente soltar tu apego frente a un resultado particular. Por lo general hago esto último imaginando que arrojo al fuego el problema o aquello que he querido controlar. Cuando la sensación de apego o de estar estancado es realmente fuerte, puedes solicitar ayuda para rendirte. No importa a qué o a quién le hables, lo que importa es que tienes la voluntad de pedir ayuda. La simple voluntad de soltar, de rendirte, te permitirá liberarte de la presión invisible causada por el miedo o por el deseo.
Sin embargo, el acto de rendirse aflora siempre de manera espontanea. Puedes permitir que suceda más no forzarlo. Alguien que conozco describe sus experiencias de rendición de esta forma: “ Siento como si una presencia mayor o una energía pusiera de lado mi limitada agenda. Cuando siento que llega tengo la opción de permitirlo o de resistirlo, pero definitivamente viene de un lugar más allá de lo que considero como “yo” y siempre me trae una enorme sensación de alivio”. No es algo que puedas forzar o hacer que suceda, pues el yo pequeño e individual es incapaz de abandonar los límites que lo definen.
Hace un tiempo, al comienzo de mi práctica, soñé que era lanzada en un océano de luz. Me dijeron que debía disolver mis límites, deshacerme allí, y que si era capaz de hacerlo sería libre. En el sueño, luché por disolver mis límites, pero no lo logré. No porque tuviera miedo si no porque el yo que estaba tratando de disolverse a sí mismo era como una persona tratando de saltar dentro de su propia sombra. El ego no puede disolverse a sí mismo, el obsesivo controlador interior no puede hacerse desaparecer por voluntad propia. Lo único que puede hacer, tal vez, es permitirle a una interna voluntad profunda salir y hacer frente a la consciencia.
Muchos de nosotros experimentamos la rendición por primera vez a través del encuentro con una fuerza natural: el océano, el proceso de dar a luz o incluso alguna de esas incomprensibles e irresistibles olas de cambio que atraviesan nuestra vida llevándose relaciones con las que contábamos, una carrera, o por lo general, nuestra salud. Para mí, abrirme al estado de rendición usualmente se me da cuando la situación supera mis capacidades. He notado que la más poderosa invitación a rendirme aparece cuando no encuentro la salida, cuando estoy en un impasse.
Esto es lo que quiero decir con impasse: has dado todo de ti para lograr algo y has fracasado. Te das cuenta que no puedes hacer nada más, no puedes ganar la batalla, no puedes terminar lo que empezaste, no puedes cambiar las circunstancias. Y al mismo tiempo reconoces que algo debe suceder, algo tiene que pasar, la situación debe cambiar. En ese momento en que te encuentras entre la espada y la pared, algo se derrumba dentro de ti, y una de dos: entras en estado de desesperación o simplemente, confías. Algunas veces haces las dos.
Tomar el camino que lleva a este reconocimiento implica atravesar el centro de la desesperación. Pero –y he aquí el beneficio del entrenamiento espiritual, de la práctica– es también posible, como Luke Skywalker en Star Wars, enfrentarse al Imperio yendo directamente del reconocimiento de tus imposibles al estado de total confianza: entregandose a la Fuerza. En ambos casos, te abres a la gracia. La mayoría de los momentos transformadores de nuestra vida – espiritual, creativa o personal– implica esta secuencia de esfuerzo, frustración, miedo al fracaso, hasta finalmente soltar. El intento, el esfuerzo, el golpearse contra las paredes, el cansancio; todo esto es parte del proceso a través del cual un ser humano rompe el capullo de sus límites y se entrega profundamente al poder infinito que tiene en su interior. Es el mismo proceso para los místicos, los artistas, o cualquier persona que trate de resolver un problema cualquiera de su vida.
Einstein, despues de años de darle a las matemáticas, recibió en su consciencia en un momento de quietud, de silencio, la descarga de la teoría de la relatividad. Miguel Ángel, después de sentirse bloqueado en su andamio bajo el techo de la Capilla Sixtina, salió al campo y vio de repente la pintura en el cielo. El estudiante Zen, batallando con el significado de un koan, se rindió y se encontró de un momento a otro en estado de Satori. Tu o yo, enfrentamos problemas que parecen sin solución y cuya respuesta es revelada al salir a caminar un poco: la estructura del libro, la organización de una compañía, la disolución del enredo emocional. De la nada, de repente, como si tu mente fuera un computador y hubieses estado ingresando información y esperando que se ordene.
Cuando la grandeza florece dentro de ti, abre la puerta que atraviesa toda limitación. El poder que descubres en un momento como ese trae una inevitabilidad llevadera, y tus movimientos y palabras se llenan de inspiración. Te preguntas por qué no dejaste las cosas ser, simplemente, desde el primer momento. Y entonces, como un surfista en una ola, dejas que la energia te lleve… a donde sea que vayas.
Escrito por Sally Kempton. Artículo original en inglés, aquí. Traducción: Crista Castellanos.