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Esto no es para decir que no hay mérito –y algunas veces no hay opción– en aprender a rendirse y abandonar las preferencias personales. Todas las interacciones sociales adultas están basadas en nuestras mutuas voluntades de rendirnos ante el otro cuando es necesario. Pero la entrega que realmente cambia los fundamentos de tu vida, que trae un real descubrimiento, es otra cosa. La verdadera rendición no es a una persona, sino siempre a la suprema y profunda voluntad, a la fuerza misma de la vida. De hecho, entre más observas la rendición como una práctica, como una táctica, como una forma de ser, más tonalidades le encuentras y descubres que no era lo que pensabas.
Mi historia de rendición favorita me fue contada por un amigo. Un ingeniero que pasó un tiempo viviendo en el ashram de su maestro espiritual, en la India. Estando allí, le fue solicitada su ayuda en la supervisión de una construcción. Inmediatamente el encontró que dicho trabajo estaba siendo manejado de manera incompetente, además de barata. Sin diplomacia alguna, Ed argumentó su posición mostrando pruebas y hablando fuerte a sus colegas. Pasó largas noches tratando de encontrar la manera de hacer ver a los otros lo que él veía. A cada intento enfrentaba la resistencia de los otros, quienes lograban fácilmente dar la vuelta a todo aquello que él buscaba demostrar.
En ese momento el maestro lo miró y le dijo: “Ed, este hombre dice que tu no entiendes las condiciones locales y estoy de acuerdo con él. Entonces, ¿Debemos hacerlo a su manera?”
Ed cuenta que este incidente le enseñó tres cosas. Primero, que cuando sueltas tu apego a un resultado particular las cosas salen mejor de lo que imaginas. Segundo, que un verdadero karma yogui no es alguien que se somete a una autoridad, si no un activista capaz de rendirse. Una persona que hace lo mejor por ayudar a crear una nueva realidad, sabiendo que el resultado final no está en sus manos. Tercero, que rendirse es el mejor antídoto frente a la angustia, la ansiedad y el miedo.
Por naturaleza soy terca. Fui educada en la creencia de que si lo que estas haciendo no funciona, la solución es seguir intentándolo. Obviamente tuve que aprender la importancia de rendirse, a las malas. Hace unos treinta años, cuando recién había comenzado a meditar, un curioso editor de una popular revista me pidió que escribiera un artículo acerca de mi búsqueda espiritual. El problema fue que no pude encontrar inspiración para hacerlo.
Pasaron meses. Escribí tal vez unas veinte versiones del artículo. Acumulé cientos de borradores. Cuando finalmente reuní mis mejores párrafos, los envié. La revista me devolvió el texto diciendo que no sentía que los lectores pudieran identificarse con lo que yo decía. Después de un tiempo otra revista me invitó a escribir. Al sentir que estaba en un callejón sin salida me rendí y le pedí al universo, al guru interno –a Dios, por así llamarlo– ayuda. De hecho lo que dije fue esto:
“Si quieres que esto funcione, lo dejo en tus manos, porque yo no puedo hacer nada más”
Diez minutos después estaba sentada frente a la máquina de escribir (sí, todavía se usaban en aquellos tiempos) escribiendo un párrafo que no sé de dónde vino. Las frases fluían y aunque fuera en primera persona, definitivamente no era yo quien escribía. Tiempo después le conté esta historia a mi instructor. Él dijo “Eres muy inteligente”. No se refería a mi coeficiente intelectual. Lo que quiso decir es que yo había descubierto el gran misterio de quién o qué está realmente a cargo de las cosas.
A partir de aquella época la experiencia se ha repetido de diferentes maneras. Algunas veces al sentir la presión de una fecha de entrega, el vértigo de la página en blanco, la mente sin ideas o incluso al meditar o al tratar de cambiar alguna circunstancia externa o un apego emocional implacable.
Mis anécdotas sobre el milagro de rendirse no son tan dramáticas como las de los científicos que van del bloqueo al asombroso descubrimiento, o como las de las víctimas de accidentes que ponen sus vidas en manos del universo y sobreviven para contar la historia. No obstante, es claro para mi que cada vez que genuinamente me rendía a las circunstancias –lo que implica dejar de luchar por un resultado, relajar la tensión de mis músculos, abandonar mi intención de controlarlo todo y ponerme en manos de aquello que a veces es visto como un poder superior– las puertas se abrían tanto interna como externamente. Aquello que no podía hacer se me facilitaba de repente. Estados de paz e intuición que antes me eludían, se presentaban claramente.
En los Yoga-sutra, Patanjali describe la observancia de Ishvara Pranidhana –literalmente rendirse ante el Señor– como el pasaporte al Samadhi; ese estado interno de unidad que él considera la meta del camino yóguico. Entre todas las prácticas que él recomienda, esta última es referenciada tan solo dos veces en los Yoga-sutra y presentada como el As del triunfo. Si eres capaz de rendirte a la voluntad suprema, parece decir, básicamente no tienes que hacer nada más, al menos no en cuanto al aspecto místico de la práctica. Estarás “ahí”, sea lo que sea que entiendas por “ahí”; ese lugar en donde te fusionas con el ahora y te sumerges en la claridad, en la unidad. Entregarse a lo que es trae una paz que no se puede encontrar de otra manera.
Tal vez ya sepas esto. Tal vez ya lo escuchaste incontables veces en tus clases de yoga. O tal vez lo escuchaste en forma de consejo sabio de la boca de algún terapeuta que señaló que nadie puede llevársela bien con nadie sin estar dispuesto a rendirse. Pero si eres como la mayoría, y me incluyo, seguramente no asimilaste fácilmente esa idea de rendición. ¿Por qué rendirse genera tanta resistencia, consciente o inconscientemente? Una razón, diría yo, es que solemos confundir el proceso espiritual de rendirnos con la idea de someternos. No te sometas, ríndete.
Unos cuantos meses después de haber empezado a meditar, un amigo me invitó a cenar. No logramos ponernos de acuerdo en qué comer ni a qué lugar ir. Él quería sushi, algo que no me gustaba. Después de algunos minutos de argumentación mi amigo dijo, seriamente: “Me parece que deberías rendirte más fácilmente ya que andas en el camino espiritual” Me avergüenza decir que le creí. Acepté su invitación a comer sushi, en parte por no arruinar la noche, pero sobretodo para que mi amigo siguiera creyendo en lo espiritual que yo era. Ambos confundimos el acto de rendirnos con el sometimiento.
Esto no es para decir que no hay mérito –y algunas veces no hay opción– en aprender a rendirse y abandonar las preferencias personales. Todas las interacciones sociales adultas están basadas en nuestras mutuas voluntades de rendirnos ante el otro cuando es necesario. Pero la entrega que realmente cambia los fundamentos de tu vida, que trae un real descubrimiento, es otra cosa. La verdadera rendición no es a una persona, sino siempre a la suprema y profunda voluntad, a la fuerza misma de la vida. De hecho, entre más observas la rendición como una práctica, como una táctica, como una forma de ser, más tonalidades le encuentras y descubres que no era lo que pensabas.
Pelea por lo que crees correcto.
Mi historia de rendición favorita me fue contada por un amigo. Un ingeniero que pasó un tiempo viviendo en el ashram de su maestro espiritual, en la India. Estando allí, le fue solicitada su ayuda en la supervisión de una construcción. Inmediatamente el encontró que dicho trabajo estaba siendo manejado de manera incompetente, además de barata. Sin diplomacia alguna, Ed argumentó su posición mostrando pruebas y hablando fuerte a sus colegas. Pasó largas noches tratando de encontrar la manera de hacer ver a los otros lo que él veía. A cada intento enfrentaba la resistencia de los otros, quienes lograban fácilmente dar la vuelta a todo aquello que él buscaba demostrar.
En medio del callejón sin salida habitual, el maestro espiritual los llamó a todos. Ed explicó su posición y los otros empezaron rápidamente a contradecirlo. El maestro parecía asentir con su cabeza al escucharlos. En ese instante, Ed tuvo una revelación. Vio que nada de lo que estaba sucediendo tenía realmente importancia. Él no estaba allí para ganar y tener razón, ni para ahorrarle dinero al ashram, ni siquiera para hacer una construcción hermosa. Él estaba allí para estudiar yoga, para conocer La Verdad y obviamente, la situación presente había sido diseñada por el cosmos como la cura perfecta para su eficiente ego de ingeniero.
En ese momento el maestro lo miró y le dijo: “Ed, este hombre dice que tu no entiendes las condiciones locales y estoy de acuerdo con él. Entonces, ¿Debemos hacerlo a su manera?”
En medio de la paz y de su recién encontrada humildad, Ed juntó las palmas de sus manos y dijo: “Lo que usted considere” Su maestro lo miró con ojos feroces: “No se trata de lo que yo creo. Se trata de lo que es correcto. Lucha por lo que es correcto, ¿Me entiendes?”
Ed cuenta que este incidente le enseñó tres cosas. Primero, que cuando sueltas tu apego a un resultado particular las cosas salen mejor de lo que imaginas. Segundo, que un verdadero karma yogui no es alguien que se somete a una autoridad, si no un activista capaz de rendirse. Una persona que hace lo mejor por ayudar a crear una nueva realidad, sabiendo que el resultado final no está en sus manos. Tercero, que rendirse es el mejor antídoto frente a la angustia, la ansiedad y el miedo.
Por lo general cuento esta historia a las personas que creen que rendirse significa someterse o que soltar es un sinónimo de inacción, pues ilustra maravillosamente la paradoja detrás del “Hágase Tu voluntad”. Así como el bondadoso Krishna dijo a Arjuna en el Bhagavad Gita, a veces rendirse significa justamente decidirse a entrar en la guerra.
Una persona que realmente se rinde podría parecer pasiva, especialmente cuando se supone que algo debe ser hecho y alrededor todo el mundo grita: “Muévete, hazlo, es urgente”. Visto en perspectiva, sin embargo, lo que parece inacción puede ser la certeza de que no es el momento de actuar. Los maestros de la rendición son también por lo general maestros de la fluidez, saben intuitivamente como moverse con las energías de una determinada situación. Avanzan cuando la puerta esta abierta, cuando lo estancado circula junto con las corrientes de energias sutiles que permiten evitar obstrucciones y confrontaciones innecesarias.
Esta habilidad implica estar en conexión con el movimiento energético que algunas veces es llamado Voluntad Divina o Universal. El Tao, o en sanscrito Shakti. Es la fuerza sutil o la intención cósmica detras del mundo y todas sus manifestaciones. El primer paso para rendirse es reconocer que la fuerza de la vida seá mueve contigo. Uno de mis maestros, Gurumayi Childvilasananda, dijo una vez que rendirse es reconocer la energía de Dios dentro de uno mismo. Reconocerla y aceptarla. Es un reconocimiento sin ego –lo que supone además un cambio en lo que entiendes como “yo”– lo cual, nos lleva a la famosa pregunta de “¿Quién soy yo?” o ¿Qué es eso que llamo yo?” Estas preguntas son fundamentales en el proceso de rendirse. Según tu tradición y tu perspectiva puede que sientas que la respuesta a esas preguntas es “Nada” o “Todo lo que es”. En otras palabras: somos consciencia, Shakti, Tao.
Segunda parte, aquí.
Escrito por Sally Kempton. Artículo original en inglés, aquí. Traducción: Crista Castellanos.