El loro es un pajarraco exótico por excelencia, dicho exotismo escrito con e de extinción, hace que el Loro Dorado o Guaruba guarouba sea una especie de gran rareza, la rareza de lo que poco se encuentra, la excepción de la regla.
En estantes de tiendas ecológicas como Clorofila e incluso en algunos sectores de la Plaza de Paloquemao es posible ver ese nombre, El Lorito Dorado, escrito en botellitas de especias, hierbas y otros condimentos. Son productos limpios, cultivados sin pesticidas, procesados en casa y vendidos de la mano del comercio solidario.
Lorito, así llaman a quien está detrás de esta variada gama de productos. Sus cosméticos como el Ganjabon y la Locionabis demuestran que la marihuana es una planta versátil con diversos usos y beneficios y no simplemente un pasatiempo de los tan mal vistos marihuaneros. Veo al Lorito en el video avanzar por la carrera séptima en su bicicleta y a pesar de conocerlo poco, me atrevo a decir que tiene la mirada de alguien que todavía se sorprende con el mundo. El Loro habla de setas, de plantas y semillas. Sus conversaciones están llenas de historias y son una ventana que permite entrever desde la distancia, esa frontera tan particular que es la de Venezuela con Colombia. Allí vive parte de su familia.
Cerca de esa frontera, tan nombrada en los titulares de los últimos años, el Lorito ha vivido realidades que para mi son desconocidas. Parto de la idea de que los medios muestran para ocultar y no para informar y hablar con personas como él me hace recordar esta frase: la revolución no será televisada. El Lorito Dorado hace parte de esas revoluciones que no ocuparán la primera página, pues no se hacen a paso de gigante. Hablo de la revolución a paso corto, constituida de gestos imperceptibles que nacen de preguntas simples: ¿Qué comes? ¿Cómo te transportas? ¿De que país viene lo que tienes puesto? ¿Necesitas más de lo que ya tienes en casa?
Imperceptible como una semilla que se abre bajo la tierra, trasformar las propias costumbres es un llamado individual que se abre oculto en los terrenos del alma. Proceso que se extiende lento y nos toma la vida entera, hace que creamos difícil e incluso imposible cambiar el mundo. Hay que agregar que eso que llamamos mundo no necesariamente será mejor porque nosotros consideremos buenos nuestros cambios. Lo que para algunos es un periodo entusiasta de la Historia para otros es tragedia. Todo depende del punto de vista, de la mirada, del lado de la línea en el que estamos, del lado del muro o de la frontera.
Pero hoy y desde aquí, anima ver gente que se atreve a hacer algo para cambiar los discursos a través de estrategias simples, a través de las enseñanzas de una tradición campesina que renace en Colombia a pesar de la violencia. Sin diplomas de administración, sin grandes teorías, con la certificación que otorga tener palabra y creer en la palabra del otro, hay quienes hacen empresa al retomar saberes y costumbres que los rodearon siendo niños.
Son lo que hacen y su trabajo va de la mano con su forma de vida. Tal vez por eso la excepción es mas modelo que la regla y en su imperfección, esconde la humildad de quien todavía aprende y pregunta, la perseverancia y la paciencia de quien no deja extinguir la esperanza.