Creadoras
Actúa como un rayo en este 2020. Es más que un año lo que comienza, más que una década. Es un camino que no admite regresos. Actúa con la determinación de un rayo que busca la Tierra y descarga información. Eso transmiten las conversaciones con Ximena Mejía, creadora de Ecojardín Medicinal.
Toca las plantas, las resinas, las cortezas. Las huele. Les conversa. Les pregunta a su manera lo que traen con ellas. Su servicio. Enciende el fogón y llena las ollas de agua. En el mortero de piedra hay coca, tabaco y cacao. Sobre la mesa tela para el emplasto, cúrcuma en polvo, quinua. Sin tanta duda. Pidiendo permiso ante todo a las plantas. Desde la semilla hablan con su esencia. Se entregan con bendiciones a quien las ama, las cuida, les habla. Siempre responden.
¿Qué te dice el cidrón? ¿Qué te dice el olor de la limonaria? ¿Te calma? ¿Te refresca? ¿Te activa? ¿Te relaja? ¿Qué te dice la venturosa? De la misma manera en que vibras con las personas o no, sin importar las razones, ¿vibras con unas plantas más que con otras? Relacionarse es el arte de preguntar y escuchar. En apertura, lo que necesitas siempre llega. Importante entonces la confianza en la sabiduría interna. Escuchar al propio cuerpo: vehículo, territorio, templo y campo de juego. En este hacerse caso y darse permiso, Ximena crea, reparte pistas de una memoria viva, mientras envuelve menjunjes en su espacio del barrio San Fernando.
Con más amor que miedo. Con todo y todo. Con 2020. Con todo y subconsciente. Sólo así se hace el camino entre caminos. Quien se entrega a su propósito hace brillar su talento pues esconderse no le sirve a nadie. Esconderse también es ego. Ximena habla de la enfermedad como la pérdida del placer, del goce. Nuestros dones, privilegios y talentos son la llave, el gran regalo. Ponerlos al servicio abre la puerta a nuestra propia sanación.
Cuando a cada rato es lunes pues lo que hacemos no nos eleva ni nos despierta. Cuando estamos tan adormecidos que olvidamos que el viaje comenzó hace rato y tal vez nos queda la mitad, o menos. La enfermedad o la tristeza encienden las alarmas y nos recuerdan que lo cotidiano es el gran viaje. La epopeya es conocerse y aceptarse bien profundo.
Pensamiento, palabra y acción. Trinidad sagrada para lo que viene. Y como me dijo una voz en mi cabeza hace unos años: «Hágale con confianza». Esa es la fuerza. Todo florece cuando es cultivado con paciencia y presencia. A Ximena agradezco su tiempo y comunicación directa.
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Palabras e imágenes: Crista Castellanos
¿Cuántas veces, en medio de una ceremonia de ayahuasca el olor repentino del sahumerio te ha salvado? ¿Cuántas veces, las notas dulces de una armónica te trajeron de regreso a tu cuerpo? No es coincidencia que las plantas y la música estén presentes en rituales de sanación, en círculos de palabra o en caminatas sagradas. Ellas ofician la apertura y el cierre de diversos encuentros y nos recuerdan que la sutileza tiene un poder, que aunque rara vez detiene nuestra atención, desde lo imperceptible hace su magia.
Conocer a Natalia Izquierdo, creadora de Amor Silvestre, fue para mí un primer acercamiento al sahumerio, una tradición que ha acompañado al ser humano por más de 5000 años. La presencia del humo sagrado tiene formas diversas: en la varita de incienso al inicio de una clase de yoga, en el incensario de las procesiones católicas e incluso en las manos de nuestras abuelas, quienes sahumaban con eucalipto y oraciones sus casas cada viernes santo. Al nacer inhalamos. El olfato es el sentido que a través del soplo de vida nos abre el camino en este plano.
Crear mezclas armoniosas para limpiar energéticamente un espacio o para ayudarse en la recuperación de una enfermedad, requiere ir más allá de las informaciones sobre los efectos y beneficios de las plantas reseñados en internet. Beber una infusión diaria de una planta específica, cuidando de la dosis, es un método para crearse una aliada. Con la taza de aromática en las manos inhalamos profundo y es allí, antes del sabor y la ingestión, que la planta y su espíritu nos prestan un servicio.
**Mezclas de atados de hierbas creadas por Amor Silvestre**
Sin restarle su merecido respeto a las llamadas plantas de poder, me pregunto si al darnos el lujo de parar diez minutos al día tan solo para beber una aromática o para encender un atado de hierbas, esas ceremonias de sanación donde uno se revuelca en sus miserias hasta perder la identidad, son necesarias. Puede que la verdad sea más simple y más simples sus caminos: diez minutos al día para observar la transformación de nuestro estado de ánimo y descubrir, a través de una experiencia íntima y honesta, cómo influye en nosotros una planta.
Aprender a confiar en la magia de lo silvestre es recordar que en las ceremonias cotidianas habita el poder de lo femenino. Una energía que por siglos ha estado invisible y hoy hace ruido, da un paso adelante, nos despierta ante el hecho de que «el gurú» o «la que sabe» tiene infinitas formas. Así como la gota golpea la roca y llega a romperla, transformando el viejo cauce, requiere maestría y paciencia detenerse a mirar las flores del camino. Esa aromática, ese incienso, ese atado de hierbas bastan para abrirse a recibir una respuesta que por lo general aguarda dentro.
Imágenes y palabras: Crista Castellanos
Entrevista con Sona Jobarteh
Una entrevista con Sona Jobarteh. Y más que la entrevista, el ejercicio de pedirla y hacer una pregunta sabiendo que «no» podía ser la respuesta. En palabras simples: ir por algo a pesar del miedo al rechazo. Crear en condiciones lejos de lo «ideal» (domingo en la noche, Sona en plena gira, agotada entre viajes, sin maquillaje ni kora, sin trajes coloridos). Pero la respuesta fue «si» y la entrevista ahora existe. Las preguntas fueron honestas y las respuestas también. Me llevaron a crear el texto que encuentras aquí abajo.
Darte permiso
Nunca estarás preparada para ese salto. Siempre hay algo que no sirve, que no está perfecto o no es como quisieras. Ya sea porque aún no estás en el peso indicado, porque la información de tu perfil no está completa, ni tu hoja de vida actualizada. Tampoco has tenido tiempo para organizar todas esas fotos, todos esos videos, todos esos escritos fragmentados, todas esas promesas. Todavía no llegas. Hay días en que te sientes más cerca, pero aún no estás ahí, en ese estado «ideal».
Y esa es la cuestión: siempre encuentras una excusa para decirte que no. Y no hay nada más cruel contigo misma que andar pidiendo permiso y validación en un mundo ocupado en sobrevivir. Un mundo que no se detendrá a mirarte, un mundo demasiado atareado, como tú, en ese baile enloquecido de realizarse y ser feliz y estar fit y estar en paz y sonreír y todo al mismo tiempo. Y súmale a eso lo de amar y ser amada, en perfecta alineación con los planetas.
Lo peor no eso. Lo peor es que estás lista y tú lo sabes. Si no para el salto, al menos para ese paso decisivo que cambiaría todo el paisaje. Pues el paisaje cambia cuando cambia tu mirada. Tu corazón sigue intacto a pesar de tanta herida, de las puertas cerradas, de los capítulos tristes de tu vida. Y está intacto aunque este roto. Late fuerte en medio de tu danza, de los personajes que dibujas, de las plantas que sembraste y hoy florecen, del tambor en sincronía, de estas palabras que fluyen en una mañana de noviembre.
Y vas haciendo la vida y el amor, de muchas formas. Tus logros no te definen, tus fracasos aún menos. Te sabes valiente. Esa es LA certeza. Llamas de nuevo a la puerta y si nadie abre, no te derrumbas. Atreverte a hacer la pregunta ya es decirte Sí.
Que en tu creatividad florezcas y el tiempo de tu vida sea de gozo. Que vayas por tu visión en cada cosa que decidas, en cada uno de tus pasos. Que la abundancia, y más aún, la consciencia de esa abundancia te encuentren por el sendero y sepas reconocerlas. Que el resultado sea dulce y si no, que igualmente lo agradezcas. Podrás darle la vuelta, ya lo has hecho antes, ya te has levantado de grandes caídas.
Caeremos de nuevo. Caeremos mejor. Caeremos con gracia.
Entrevista con Keltoum Walet
El proyecto «Keltoum Walet, música y paz de Mali a Colombia» hizo posible el viaje de la artista originaria de Mali a Bogotá, junto con su grupo de músicos. Una visita enriquecida por encuentros con artistas locales, talleres de música, además de un conversatorio con mujeres promotoras de paz como Fidelina Hurtado de la Asociación AGAPE por Colombia y Gloria Huertas del Comité Distrital de Mujeres Indígenas.
Productora del primer álbum de la agrupación Tinariwen, con quienes ha cantado en duo, Keltoum es hoy una artista que a través de la poesía, la pintura y la música, comparte su visión del mundo y contribuye al despertar de consciencia. Durante la realización del video sobre su visita, tuve la oportunidad de tomar un tiempo aparte para hablar con ella sobre la importancia de no silenciar nuestras voces y de contribuir a la construcción de un mundo consciente.
Gracias a Milo Cabieles y Gianmarco Vassalli por la creación y gestión de este proyecto.
Gracias a Keltoum por su tiempo y sus inspiradoras palabras.
Crista: ¿Quién es Keltoum Walet, en sus propias palabras?
Keltoum: Soy artista, soy escritora, poetisa, pintora y cantante. Soy todo esto porque busco transmitir algo que el desierto me dio. Cuando pinto busco restituir lo que siento. Cuando escribo, no puedo evitar decir lo que pienso del mundo de hoy. Un mundo en constante mutación, donde el ser humano está creando cosas que no sabe si podrá controlar. Todos estos cambios me cuestionan y me hacen preguntarme por el camino que estamos tomando como humanidad.
C: ¿Ser artista fue una decisión que tomaste conscientemente?
K: Si. Desde muy joven cuestioné y quise entender cosas que parecían muy simples. Ideas que por lo general damos por obvias y fijas. Lo que entendemos por bien y mal, por ejemplo. Me pregunté por la influencia de la cultura en nuestra noción personal de estos conceptos, por la forma en que se relacionan y por su relatividad. ¿Quién soy yo para juzgar o criticar las acciones de otro? ¿Qué es para mí la libertad y cuál es su límite? ¿Puede mi libertad herir a otros? Creo que todos estos asuntos merecen nuestra reflexión pues tarde o temprano nos afectan. Vivimos en un planeta donde hay establecido un sistema que pasa por encima de la dignidad humana, de las creencias y de aquello que es esencial. Todo esto me ha hecho ver que lo que más alimenta la violencia es nuestro silencio e indiferencia frente al dolor ajeno.
C: Cuando has tenido dudas respecto a seguir en tu camino creativo, ¿cómo las has superado?
K: Desde pequeña amé dibujar. Toda mi infancia la pasé dibujando. Alguna vez en unas vacaciones en el desierto alguien me dijo que no debía dibujar seres vivos, pues si lo hacía, tenía que darles un alma. Sentí miedo y dejé de dibujar porque pensé que yo no podía otorgar un alma a aquello que creaba. Años después, al dejar mi país, me di cuenta que dibujar era una actividad a la que tenía que regresar. Yo debía dibujar porque era algo que amaba profundamente. Tomé la decisión de estudiar Bellas Artes. No pude abandonar mi pasión. Uno no abandona aquello que ama. Además, creo que es la única manera de saber si lo que sueñas es posible.
C: Habría sido como abandonarte a ti misma…
K: Exactamente. Más de una vez he escuchado a gente de mi continente decir que hay cosas imposibles. Me parece que en las respuestas de los africanos es frecuente escuchar que no podemos hacer esto o aquello porque fuimos colonizados. Se quejan, dicen que los otros no nos dejan avanzar, que nos están robando nuestros recursos. Nuestras circunstancias no cambian y al parecer, siempre es culpa del otro o responsabilidad de otro. Hemos logrado la independencia pero no la vemos y tampoco la asumimos. Vivimos en países donde hay mucho por hacer pero tenemos la costumbre de quedarnos en el mismo lugar, culpando a la colonización. ¿Pero qué estamos haciendo cada uno de nosotros para cambiar la situación? ¿Qué estamos haciendo a nivel individual para cambiar lo que está pasando? Esa es la pregunta.
C: Esto de la doble colonización fue un tema en el conversatorio «Mujeres, arte y paz», recuerdo que Gloria Huertas lo planteó al hablar de la situación de las indígenas en Colombia. ¿Cómo ha sido para ti la experiencia de la libertad de expresión a nivel artístico como mujer en Mali?
K: Yo soy parte de la comunidad Kel Tamasheq (Tuareg). Antes de la llegada del Islam nuestra cultura era matriarcal y hoy en día, a pesar del Islam, las mujeres hemos preservado nuestro poder de decir sí o no cuando queremos. Creo que es por esto que toda mi vida me he considerado una persona libre, simplemente. Más allá de ser mujeres u hombres somos seres humanos. Lo que me interesa es lo que nos une, no lo que nos separa. Tradicionalmente la cultura de la que vengo da libertad a las mujeres y si no viniera de ella tal vez pensaría de otra forma. Sin embargo, me considero feminista porque estoy de acuerdo con la emancipación respetuosa de las mujeres a todo nivel. Aún hay mucho por hacer, sobre todo en cuanto a la confianza en nosotras mismas. Mentalmente seguimos colonizadas al pensar que no somos capaces de hacer aquello que queremos o que no podemos hacer cambios. Decir que la vida es injusta y ya, es la forma más común de evadir la propia responsabilidad.
C: ¿Es esta una de las razones por las que cantas?
K: Si. Y lo que hago es mi contribución. Mi primer álbum Chatma (Mis hermanas, 1994) lo distribuí gratuitamente. Cuando vi que mis canciones movilizaban a las personas, que las letras generaban conversaciones, intercambios de puntos de vista, sentí que debía continuar. Finalmente no sé si la causa de estas conversaciones fue lo que creé a través de mi música, pero en todo caso sé que hubo una sorprendente coincidencia. Siento que el conflicto en mi país es un asunto frente al cual no debo ser indiferente. Al ver el recrudecimiento de la violencia en el 2012, decidí retomar la música y hacer de ella mi camino.
Cuando al finalizar un concierto las personas se acercan para decirme que se sienten conmovidas e identificadas, me doy cuenta que no estoy sola en mi lucha. Me sucedió también aquí, luego de cantar en la Universidad de los Andes y en el del Museo Nacional. El hecho de que sean personas jóvenes las que expresan sentirse conectadas con lo que cuentan mis canciones, me anima y me fortalece. Quiero que mi arte genere encuentros.
C: Por último, volvamos al desierto. Hablaste en tus dos conciertos de la importancia de este lugar en tu cultura. ¿Podrías hablarme nuevamente de lo que simboliza para ti?
K: Creo que el desierto puede ser el paraíso tanto como el infierno, eso depende de cada quien. No es coincidencia que los grandes profetas hayan encontrado allí el mensaje o la verdad. El desierto los inspiró. La palabra para desierto en Tamasheq es Ténéré, que significa vacío y soledad. Y es precisamente en medio de esa vastedad que te das cuenta que no eres nada. Es un lugar que nos enseña la humildad. Para sobrevivir debemos estar atentos y lo más importante: debemos compartir. Ayudarnos los unos a los otros en medio del desierto es vital, es una cuestión de sobrevivencia. Quien no comparte está solo y es infinitamente pequeño. Es así como el desierto nos fortalece y nos recarga. No lo cambiaríamos por nada del mundo. Es como un amante al cual siempre regresamos, los pájaros migratorios siempre regresan a casa.
Contenido revisado y corregido por Apolline de Lavarde y Keltoum Walet. Fotografias y entrevista: Crista Castellanos.
Qué fácil es llenarnos la boca con palabras sobre la defensa del territorio, sobre las luchas de los pueblos originarios, de los indígenas, sobre la liberación de la Madre Tierra. Y sin embargo, no conocemos realmente nuestro primer territorio: nuestro cuerpo. ¿Cómo amarlo y protegerlo? Cuando llega el desequilibrio, la enfermedad, la invasión de los «agentes externos», por lo general a través de un encuentro (o desencuentro) sexual, nos hacemos preguntas: ¿Cómo me estoy relacionando y con quién? ¿Qué estoy esperando realmente del otro? ¿Qué estoy dando y qué estoy recibiendo? ¿Conoce el otro su cuerpo? ¿Lo ama? ¿Lo protege?
Y sí, ya sé que es bastante difícil frenarse en pleno vuelo hormonal para hacer preguntas de tipo: ¿Has tenido alguna enfermedad sexual, de la que cual consideres que yo deba saber antes de poner en riesgo mi salud? Aquí, bajo tus sábanas, sin saber mucho de tu vida y sin querer ser invasiva y asustarte: ¿podrías notificarme de algún virus contagioso al que podría estar expuesta… por tu amor?
En tiempos donde nos es más fácil saltar en la cama de un desconocido que preguntarle cómo esta su corazón, ser coherentes con nuestro discurso externo del cuidado de la tierra, de la defensa del agua y de las semillas libres y sanas, demanda aplicar dicho discurso al territorio propio: ¿Cómo cuido y entrego mis aguas? ¿Qué estoy haciendo de mi sangre menstrual? ¿Qué hago con el poder creativo de mi útero, de mis óvulos, de mis semillas? ¿Cómo aprovecho mi ciclo, mi ritmo, para concebir, gestar y cultivar mis sueños y proyectos, (que no incluyen necesariamente reproducir la especie humana)? Y por último, la más simple e importante de las preguntas: ¿Cómo está mi corazón?
Escribo este texto en una mañana del mes de julio, la luna esta menguando y yo estoy en plena ovulación. Me lo dice mi territorio con una punzada leve al lado derecho de mi bajo vientre. Disfruto de saber que estoy creando y manifestando en palabras y en imágenes preguntas fundamentales de mis conversaciones cotidianas. Algunas de estas conversaciones son con amigas cercanas, otras son con desconocidas que al igual que yo, llegan a talleres o encuentros como los de Botica de Luna o La Yerbatería Urbana. Talleres donde la ginecología natural, la alimentación consciente, el uso de plantas y otros tantos saberes ancestrales se entretejen. Espacios que posibilitan la sanación emocional a través de conversaciones honestas, sobre nuestras heridas abiertas, nuestros miedos, tabúes, culpas y deseos.
A veces parece largo el camino entre el segundo chakra (creatividad, fertilidad, fuerza vital, equilibrio emocional…) y el quinto chakra (expresión, comunicación, honestidad, decir lo que sentimos y pensamos…). Sin embargo, es necesario ir paso a paso recorriendo ese camino para conectar y equilibrar estos puntos energéticos. No es posible sanar uno sin sanar el otro. La falta de confianza en nosotras mismas y las dudas que nos gobiernan en cuanto a nuestra capacidad creativa, están íntimamente ligadas a las heridas que guardamos silenciosas en la oscuridad de nuestros vientres.
No estamos solas. Sabemos que llegó el tiempo de desalambrar nuestros cuerpos, mentes y todo aquello que llamamos territorio. Hacemos parte de una descolonización que va de la mano de una despatriarcalizacion a gran escala. De nada sirve pelear o gritar arengas en manifestaciones colectivas cuando de forma constante e inconsciente, hacemos de nuestros cuerpos minas a cielo abierto. El despojo y la explotación, consecuencias claras del sistema en el que vivimos y del cual participamos, se extienden hasta los parajes más íntimos. Disney caló profundo con su amor genérico, donde la bruja siempre era otra y solo un príncipe nos salvaba. Pero también hay otras historias y es tiempo de contarlas. Historias donde el príncipe salvador no es un hombre, es nuestra energía masculina que quiere actuar, manifestar y compartir. ¡Crear nos salva!
Nuestro proceso de cambio es paulatino, casi invisible, nace adentro. Al ejercer realmente esa sororidad de la que tanto hablamos, al dejar de compararnos y criticarnos las unas a las otras, debilitamos poco a poco el sistema patriarcal del que tanto nos quejamos. Reivindicar y sanar lo femenino implica honrar y elevar en equidad lo masculino: nuestra capacidad de acción y manifestación, la constancia y el equilibrio con las cuales llevamos a término lo que comenzamos, cumplirnos nuestras propias promesas y amar sin agenda a nuestros pares, porque hemos aprendido a amarnos a nosotras mismas.
Imágenes y palabras: Crista Castellanos
Quinua y Amaranto
En Quinua y Amaranto, restaurante vegetariano ubicado en el barrio La Candelaria de Bogotá, lo que puedes encontrar va mas allá de buenos productos y buena comida. Hablar con Magdalena Barón, quien ha dirigido este proyecto desde hace más de ocho años, genera ideas, palabras y preguntas. Agradable la tranquilidad y reflexión con las que habla. Sus breves pausas silenciosas me hacen percibir una mujer que ha construido a través del tiempo y la experiencia de vida, una conexión entre ella misma y lo que cree, lo que hace, ofrece y consume. Ahora que la recuerdo mientras escribo, tengo la sensación de haber hablado con alguien que busca ser consecuente con lo que piensa y siente su corazón.
Sin conocerla realmente, escribo aquí tan solo impresiones personales, con el riesgo de aburrir a los lectores que gustan de lo objetivo. Frente a la necesidad de pruebas o justificaciones, solo puedo decir que la coherencia que ella transmite se refleja en el trabajo que realiza junto con otras mujeres en Quinua y Amaranto cada día. Un trabajo que se ve, huele y saborea a la hora del almuerzo en un único menú constituido por sopa, seco, jugo y postre. Un corrientazo* vegetariano que no tiene nada de corriente ni común. Sabores, olores y colores, jugos, ensaladas, dulces y cereales que a pesar de ser originarios de nuestro continente nos son desconocidos. Frutos, semillas y tubérculos que no preparamos en casa, no cultivamos y de los cuales no conocemos su olor o no imaginamos siquiera su color o forma. Nuestra cocina de afanes nos limita, la curiosidad por nosotros mismos se adormece.
Además de hablar de la quinua y el amaranto, productos estrella del restaurante, Magdalena habla también de la guatila, alimento menospreciado al ser calificado de forma peyorativa como “papa de pobre” (de la misma forma en que fue menospreciada la chicha por supuestamente embrutecer) El mamey y el arazá son, entre muchos otros frutos y productos, toda una historia en sí mismos, tal vez semillas de otros artículos.
Más allá de dar a conocer una fruta o un cereal, esta tienda solidaria nos invita a re-conocer todo lo que somos. Nos invita a re-descubrir y dar valor a lo olvidado como acto fundamental a la hora de consumir, comprar, cocinar y comer. No se trata entonces simplemente de un restaurante vegetariano, se trata de un lugar con un método de trabajo y de comercio solidario que plantea interrogantes sobre nuestros hábitos de consumo. En un mundo en donde el progreso es sinónimo de máquina infatigable, de velocidad, de crecimiento económico y poder adquisitivo, encontrar personas que conocen y confían en pequeños productores, que ofrecen un producto de buena calidad, sin afanes y a pequeña escala, es siempre una buena sorpresa. Magdalena no sacrifica calidad por cantidad. Para ella el éxito o el progreso de una empresa no se mide por las franquicias ni la producción a gran escala, sino por una evolución constante que no pasa por encima de los principios, la filosofía o la manera en que se vive y sueña la propia vida.
En Quinua y Amaranto la variedad y la abundancia no están en una carta llena de platos a ofrecer, sino en la particularidad de los ingredientes que son utilizados y la forma en que son preparados. Verduras, empanadas, condimentos, galletas, cereales, frutas, infusiones, quesos elaborados de manera artesanal, productos orgánicos en la medida de lo posible. La importancia de conocer el valor de lo que se ofrece y de que todo proyecto, ya sea este comercial o no, tenga un sentido y unas pautas claras con el fin de no sacrificar, a nombre del progreso, aquello en lo que se cree.
Quinua y Amaranto: Calle 11 # 2-95 Barrio La candelaria, Bogotá, Colombia.
Las historias que nos contamos
Basado en una entrevista con Usifu Jalloh, The Cowfoot Prince, «Las historias que nos contamos» es un corto documental participante en la exposición grupal MITOLOGIA DE LA TIERRA en THE KOPPEL PROJECT – LONDON. From 15 september to 5 november, 2016. Con el apoyo de The Koppel Project y The Art Council of England, Sol Baley Barker and Gabriella Sonabend presentan esta exposición de 7 artistas colombianos a quienes consideran voces claves en la compresión de la identidad colombiana contemporanea. With Usifu Jalloh – Imágenes + edición + dirección: Crista Castellanos – Producción ejecutiva: Milo Cabieles – Producido por: Nimba Danzas Africanas y ColomBío AudioVisual
Clorofila, tienda ecológica
Al buscar en Bogotá un lugar donde comprar comida orgánica llegué a Clorofila. Un local discreto, cercano a las sombras y reflejos verdes de los árboles del Parkway. Con abarrotes llenos de verduras limpias cultivadas en una finca a 45 minutos de Bogotá, esta tienda nació gracias a una kermesse en el barrio El Nogal hace ya varios años. Sus creadores son Liliana Morales quien ha sido siempre una curiosa de los asuntos de la cocina saludable y Leopoldo Serrano, cuya familia ha estado ligada por años a la labor de cultivar la tierra.
Leopoldo y Liliana hablan con sinceridad y frescura sobre aquello que hacen. Si bien defienden los productos ecológicos y limpios también son honestos al afirmar que cada quien tiene el derecho a comer lo quiere. En un país como el nuestro lo interesante es que haya de todo y para todos, vegetarianos o no, ecológicos o no. Sin necesidad de grandes filosofías, búsquedas o rollos espirituales que reglamenten cada cosa que decimos, utilizamos, consumimos.
Ya que hablar de libertad y de soberanía alimentaria es complejo, yo me limito a no perder de vista la idea de que mi derecho a consumir es inseparable de mi deber de conocer, o al menos preguntarme por el impacto de aquello que consumo. Es un ejercicio simple, es preguntarme si en realidad necesito un nuevo par de zapatos, es no olvidar la bolsa para las compras, es decidir dejar el carro en casa y caminar. La libertad implica decidir y reconocer la propia responsabilidad. “Decida lo que quiera, orgánico o no, pero decida con consciencia”, creo que pocos comerciantes le hablan a uno de esta forma: sin quererlo convencer de nada.
Para esta navidad, pensé el otro día, sería bueno dar regalos de bajo impacto ambiental. Regalos que sean totalmente o en gran porcentaje reciclados y reciclables. En Clorofila es posible averiguar algo mas sobre aquello que compras y como parte del regalo anexar la información del productor o fabricante, después de todo los objetos tienen una historia y esta realza su valor. Al pensar en esto mientras caminaba entre los objetos coloridos de la tienda, recordé una anécdota que no sé si leí, imaginé o me contaron: alguien, con una lechuga en la mano, pregunta en un supermercado, “¿Señor, de dónde viene esta lechuga?” a lo cual un empleado del lugar responde: “De un camión”. Qué breve puede ser la historia de los productos en las grandes cadenas.
Vale la pena entonces preguntarse en qué lugares y a quién le estamos comprando. ¿Practican un comercio justo? ¿Ofrecen honestidad? ¿Son sus proveedores campesinos y agricultores que al sembrar hortalizas o frutas buscan producir dinero tanto como bienestar? Comerciantes de barrio que miran al consumidor de frente pues venden en su tienda aquello que comen en su casa y exhiben en sus estantes aquello que sirven en su mesa y dan a sus hijos. Sin discursos aleccionadores, sin creerse el ejemplo que todos deberían seguir, eso encontré sin mas adornos, en Clorofila.
A esa persona que ves en la foto la llaman Astro. Para contar la historia de su vida hay que nombrar parajes extremos y fronterizos de la geografía colombiana. Visitante de pueblos a ocho días de distancia de Bogotá, ella ha conocido plantas, resinas, fibras, frutos y toda suerte de materiales cotidianos de las comunidades indígenas. Objetos, formas y usos que pierden vigencia. Creaciones que desaparecen con la llegada de nuevos útiles, la mayoría provenientes de las industrias del plástico.
Es así como el cedazo que las abuelas usaban para colar el jugo o cernir la harina fue reemplazado por el colador. Si usted tiene la suerte de contar con una abuelita de esas que lo guardan todo, puede que encuentre todavía cerca a usted, materiales e instrumentos resultado de técnicas artesanales que abren la puerta al pasado, a una memoria que también es suya. Entonces usted se hace preguntas que enriquecen su mundo y su vocabulario: ¿Cuál es el nombre de este objeto? ¿Para qué sirve? ¿De qué fibra esta hecho? ¿Quién lo fabricó y en dónde?
Tal vez ese sea el gran poder de la artesanía: generar preguntas. Objetos hechos a mano que llegan a nuestras manos y nos invitan a preguntarnos por sus creadores. Talladores de madera Tikunos, tejedoras Piaroas, escultoras de barro Sikuanis. Colombianos como nosotros. Vecinos cercanos de una naturaleza generosa en materiales que no conocemos y poco nombramos: palma de chiquichiqui, palma moriche, bejuco de piragua, yaré y hasta un árbol llamado Palo Sangre. Entonces los objetos hablan. Su presencia cuestiona a los observadores aguzados, atrae a los sentidos despiertos y mas allá de decorar, afirman que lo desconocido no esta lejos y a veces se esconde olvidado en los armarios y gavetas familiares.
Los ojos de Astro han conocido paisajes que muchos de nosotros solo hemos visto en fotos. Sus manos han estado en contacto con fibras, resinas y materiales que un día no lejano veremos custodiados por el famoso “no tocar” de los museos. Profesional en textiles y miembro temporal de organizaciones como la Fundación Etnollano, la Fundación Zio – A’i, la Alcaldía de Inírida y Artesanías de Colombia; ha tejido a través de su experiencia profesional, vínculos y lazos de amistad aun vigentes con los artesanos de regiones como la Amazonía y la Orinoquía.
Los objetos que usted ve en esta pagina son apenas una muestra de sus viajes y encuentros. Pimpinas, hornillas, canastos, mochilas que atraviesan su historia personal y que llegan a Bogotá cargados de relatos. Tradiciones y creencias que hacen visible eso que no vemos y nombran desde el silencio lo que pocos nombran. Historias que se pierden, que se van quedando atrás como los apellidos maternos. En el caso de Astro ― caso singular ― dicho apellido da cuenta de su espíritu y refuerza su apodo espacial: Fagua, que en Muisca significa astro, estrella, guía entre los caminos posibles.