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Satya, la práctica de decir la verdad.


Satya, el segundo de los cinco yamas descritos por Patanjali, es una guía para pensar, hablar y actuar con integridad. La palabra sat significa “lo que existe, lo que es”. Satya, es ver y comunicar las cosas tal cual son y no como desearíamos que fueran. Esto puede ser un reto, ya que todos percibimos la vida a través de una mente condicionada por nuestros pensamientos y creencias. Nuestras experiencias pasadas dan forma y color a todo aquello que vemos. Ninguno de nosotros experimenta un evento de la misma forma. Además, aquello que hoy consideramos verdad puede no serlo al día siguiente. Practicar Satya requiere que estemos abiertos a la verdad en el momento presente, cuando nos es revelada. Esto no es siempre una tarea fácil y lo aprendí en carne propia algunos años atrás.

 

Admitir la verdad

Cuando estaba en la universidad me consideraba una persona honesta, excepto, claro, por las ocasionales mentiras blancas que se escapaban de mis labios cuando no queria herir a alguien o admitir algo delante de mi familia. Me di cuenta que las mentiras pueden convertirse en una respuesta automática, al punto de no darnos cuenta que las estamos diciendo.
Un día cualquiera, mi amigo Don me llamó para invitarme a una fiesta. Le dije que no me sentía muy bien. Una vez dicho, me empecé a sentir enferma y con ganas de meterme bajo las cobijas, beber aromática de manzanilla y leer un libro. Usualmente Don, con su corazón bondadoso, preguntaba si necesitaba algo. Pero esta vez no lo hizo. En cambio dijo: “Si no quieres salir esta noche, simplemente di que no. No necesitas mentirme”
Al sentir que de alguna manera me desafiaba, protesté y aseguré que no estaba mintiendo y que realmente estaba enferma. Pero él no me dejaría salirme con la mía tan fácilmente: “¿Sabes? Tu tienes esta costumbre. Cada vez que no quieres hacer algo, dices que estas enferma.” El no estaba de mal genio o molesto, tan solo le sorprendía que yo no pudiera ser honesta con él. Balbuceé otra negación y colgué. Me sentí terriblemente expuesta. Mi corazón latía con fuerza. Mi cuerpo temblaba. Me sonrojé. Si él hubiese estado frente a mi no hubiera podido mirarlo a los ojos. Y entonces lo admití: Don tiene razón, estoy mintiendo.

Imitando lo que vi.

No solo le he estado mintiendo a él y a otras personas, me he estado mintiendo a mí misma. Sin darme cuenta, imité a mi mamá. Aprendí a responder de esta manera observándola: una joven mujer inmigrante en un país extraño, sin conocer el idioma, con tres hijos que cuidar y un esposo difícil. Desde mi infancia recuerdo verla constantemente enferma o recuperándose de una cirugía. Incluso al estar bien físicamente, me parecía que ella seguía utilizando la excusa de no sentirse bien, en especial cuando mi padre se pasaba de tragos, estaba furioso o quería salir y ella no. En aquella época, solía ver a esta mujer sencilla, que tanto amo, hacer aparecer y desaparecer las pastillas que el doctor le daba y encerrarse en si misma para evitar las situaciones con las que no quería lidiar.
Y ahora era yo quien repetía el patrón. Al punto de experimentar síntomas físicos. Cada vez que lo decía realmente creía que no me sentía bien. Cuando mentimos, dicen los sabios, nos desconectamos de nuestro Yo Superior; nuestras mentes se confunden y dejamos de confiar en nosotros mismos. Ya no reconocía mi propia verdad. ¿En qué otras cosas me estaré mintiendo? Me pregunté.

Amor primero, verdad después.

¿Debemos decir siempre a nuestros amigos lo que pensamos acerca de su comportamiento? Es allí donde el principio de satya se hace más complejo. Satya, viene después de Ahimsa que significa no violencia. Lo cual sugiere que debemos honrar el principio de no hacer daño primero y luego decir la verdad, cuando esta no causa dolor.
El filósofo griego Sófocles dijo:

“En verdad, decir mentiras no es honorable, pero cuando la verdad conlleva una ruina tremenda, hablar sin honorabilidad es perdonable”.

En los yoga sutras se señala que cuando perfeccionamos satya, ganamos el siddhi o el poder de manifestar lo que decimos. Lo que decimos se hace realidad. Por esta razón es esencial priorizar ahimsa y estar conscientes de que decimos aquello que trae beneficios a través de la compasión y la amabilidad. Según la sabiduría ancestral, es mejor quedarse callado que expresar una verdad hiriente y cruel. Antes de emitir una opinión no solicitada o criticar, es aconsejable parar y considerar: ¿Es esto verdad? ¿Es esto necesario? ¿Es esto útil? ¿Es esto amable y bondadoso?

La verdad nos hace libres.

En mi caso, Don actuaba desde su amor hacia mí. Nuestra amistad de años era lo suficientemente fuerte para permitirme escuchar y aceptar sus palabras. Un año antes me confío el secreto de su homosexualidad –un riesgo enorme en los años setentas– poniendo alta la vara de la honestidad entre nosotros. Aún así, si no hubiera estado lista para encarar mi propia verdad, sus palabras hubieran podido herir e incluso arruinar nuestra amistad. Al contrario, el abrió con sus palabras la posibilidad de examinarme a mí misma y yo decidí ser valiente y reconocer mi error. Más tarde, ese mismo año, empecé a hacer yoga. Poco a poco, las asanas y la respiración diafragmática liberaron las verdades encerradas en mi cuerpo, mientras que la recitación de mantras y la meditación, gradualmente develaron las raíces mentales y emocionales de mis comportamientos. Algunos patrones fueron fáciles de descubrir y cambiar. Otros son tan profundos que aún estoy en el proceso de desenterrarlos. Entre más capas de falsedad develo más trabajo por hacer descubro. Pero con cada capa, voy mas profundo y me acerco al centro de mi corazón.
Descubro que entre más honesta soy conmigo misma –de un modo amoroso, sin juicios, aceptándome– los demás sienten que pueden ser más honestos conmigo. Hay una gran libertad al ser quien realmente somos, sin escondernos detrás de las máscaras de lo que creemos esperan que seamos. Esto nos permite ser espontáneos y entonar con nuestra creatividad e intuición; en últimas, más abiertos a explorar la más profunda de las verdades: la autorrealización. En la medida en que nos deshacemos de los condicionamientos culturales, expandimos nuestras creencias y nos permitimos nuevas perspectivas. Entre más aclaramos nuestro espacio interno, entrevemos más fácilmente nuestro verdadero ser.
Autora: Irene Aradhana Petryszak Artículo original en inglés, aquí. Traducción: Crista Castellanos. 

 


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