¿Conoces esta planta? Esa fue la pregunta con la que abordamos a diferentes personas en una calle de Bogotá hace unos días. Algunas con más prevención que otras —justo después de comprobar con recelo la presencia de la cámara— se acercaron a la planta, tocaron sus hojas, las olieron e incluso las mascaron. A excepción de una mujer de aproximadamente 50 años, todas las personas entrevistadas coincidieron en una respuesta a la pregunta: No la conozco.
“¿Marimba? ¿Marihuana? ¿Coca? ¡Coca! ¿En serio? ¿No los ha molestado la policía por andar con coca en la ciudad?” Diversas fueron las reacciones que revelaron el imaginario en torno a estas dos plantas sagradas y fuertemente ligadas a las culturas ancestrales y sus visiones del mundo. Una imagen negativa que ha sido alimentada por un conflicto armado que ha dejado más de 20.000 víctimas mortales, y también por los medios de comunicación que actualmente hablan de la paz como un asunto de firmas, pero que en realidad es un proceso de años que va mucho más allá de la dejación de armas por parte de un grupo insurgente.
Delimitar con fechas exactas el fenomeno de la violencia en Colombia es muy difícil, así como también es difícil establecer el número exacto de muertes que ha dejado el narcotráfico. Esto sin nombrar el desplazamiento, las desapariciones forzadas, la usurpación de tierras, los falsos positivos, los secuestros y, permitiéndome ser un poco mas ligera: los chistes y comentarios superficiales a los que uno como colombiano se enfrenta en tierras extranjeras al mostrar el pasaporte o al nombrar su nacionalidad. En las últimas decadas la lucha contra el narcotráfico ha tenido diversas caras, nombres, estrategias y planes que más allá de los resultados decepcionantes, permiten ver como estas plantas han sido marcadas con una imagen injusta e imprecisa.
Mambe amazónico. Imagen: Crista Castellanos. Más info: https://biogota.tienda/
Con orígenes distintos pero igualmente ligadas a nuestro territorio, la coca y la marihuana han sido afectadas por un conflicto en que las víctimas no son solo humanas. A pesar de sus comprobados beneficios terapéuticos estas dos plantas nos son desconocidas. Las vemos y no las reconocemos, escuchar sus nombres nos genera miedo o aprehensión. No sería atrevido decir, teniendo en cuenta las reacciones en el video, que para la gran mayoria de colombianos citadinos —esos que tienen acceso a la información y cierto nivel de estudio— la coca y la marihuana son la misma cosa: un polvo blanco, una droga, algo que otros fuman y que hay que rechazar, negar o eliminar.
El conflicto entendido como una actividad bélica en la que por años los colombianos nos hemos matado entre nosotros, podría también entenderse como una suma de actividades y posturas violentas a través de las cuales aniquilamos todo aquello que es diferente, o nos causa temor. Estas actitudes y creencias por lo general basadas en las opiniones de un tercero y no por aquello que nos dice nuestra propia experiencia, son el fundamento para desconocer al otro, para juzgarlo o dejarlo de lado, ya sea ese otro un ser humano, un animal o una planta. De la misma forma que la búsqueda de la paz interna es un camino largo que implica el reconocimiento de uno mismo y la desmantelación de las falsas creencias, la paz y el conflicto no comienzan ni terminan con una firma o un apretón de manos, se trata más bien de un camino largo en el que reestablecemos y reconstruimos nuestra propia imagen como país. Y esta imagen nos incluye a todos, con nuestras diferencias.
Reconocer la coca y la marihuana como plantas medicinales y sagradas hace parte de dicha reconstrucción. Salir a la calle con ellas, sembrarlas en nuestros jardines junto a la albahaca o el cidrón, beneficiarnos de sus propiedades terapeuticas, comprar sus variados y saludables productos derivados, crear y compartir nuevas imágenes, todo eso hace parte de este largo camino. Hablamos entonces de un proceso de paz que nos concierne a todos y que reafirmaría no solo la importancia de las visiones ancestrales de las comunidades indígenas y el respeto a sus territorios, sino que también cuestionaría las penas carcelarias a las que están condenados diversos productores agroecológicos por el uso medicinal y cosmético de dichas plantas. La paz y un nuevo país van de la mano, lo cual es imposible de lograr si ignoramos aquello que somos.
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